Mi mamá y mis cuatro abuelos nacieron en un pueblo de Italia que ahora tiene 3700 habitantes.
En su época asumo que muchos menos. Por todos los que se había llevado la guerra y por todos los que emigraron después.
A ese pueblo no lo conoce nadie.
No es Roma, ni Florencia. No tiene una torre como Pisa, ni filmaron ninguna película famosa.
Pero para mi, es uno de los lugares más importantes de la historia. De mi historia.
Así que cuando Ayu nos estaba contando que ella viene de un pueblo del interior de Córdoba donde solo hay 4 manzanas y se conocen todos, yo no pude dejar de acordarme de mi pueblo y les conté de el a las socias fundadoras del Club Itinerante.
Mirna, me preguntó el nombre del lugar, y le dije “no lo conoce nadie, es en Calabria” y seguí hablando.
Ella insistió y cuando dije “Limbadi” la cara se le desfiguró.
Y cuando me dijo “yo viví en Limbadi”, casi me muero yo.
¿Posibilidades de encontrarme con alguien que conoce Limbadi?
Una en un millón.
¿Posibilidad de que encima haya estado viviendo ahí, mientras yo lo visité por primera vez?
Casi imposible. Casi.
Resulta que en 2002, la crisis apretaba en Argentina y ella lo convenció a su novio, hijo de un oriundo de Limbadi, que se vaya a buscar suerte a Italia y que luego lo seguiría ella. Su papá no la dejó irse sin casarse, y su novio volvió por unos pocos días, se casaron y se fueron.
Llegaron al paese en marzo y las cosas no estuvieron fáciles al principio.
No había trabajo, ni ahorros, la panza crujía a veces, pero la hospitalidad de la gente era algo nunca visto.
Nos contó como una familia los adoptó y los invitaban a comer cada mediodía y cada noche.
Como un señor les regaló la verdura que había juntado en el campo porque recordaba cuando el abuelo del marido de Mirna, le había dado de comer cuando en la guerra el no tenía nada.
Todas historias fuertes. Todas que suenan a mi historia.
Y todas con los pelos de punta de escuchar lo que estábamos escuchando.
Porque cada cosa de la que hablábamos, tiraba de un hilo invisible que nos iba uniendo.



En la mesa estaba Dani, la reina de las historias y los ojos le brillaban con cada palabra que se compartía. Ella que incita a que todos contemos nuestras historias, se encontró con cuatro mujeres que contaban la suya y en quien podía sentirse reflejada.
Y también estaba Keila, con quien trabajé en el pasado y que hacía 5 años que no veía. Y nos contó como fue recuperarse de un ACV causado por la presión del trabajo, ser resiliente y reinventarse antes de los 30.
Ayu, que nos regaló la primera carta impresa del oráculo que está creando con sus ilustraciones, nos compartió su sensibilidad y como ve a través de sus manos.
Mir, con su vida en Europa, su trabajo como terapeuta, su hacer incansable, sus sueños grandes y su vida intensa.
Y entre risas, unos tragos y algo rico para comer, nos dimos cuenta que el tema de este encuentro “la suerte”, era la que habíamos tenido de coincidir.
De llegar 5 extrañas y salir sintiéndonos amigas.
Quizás volvamos a vernos, o quizás fue esa noche en la que tuvimos la suerte de encontrarnos y nunca más.
Así funciona.
Y así está bien.
Pero ese sábado, en una terraza con sensación de verano en Buenos Aires, cinco extrañas se juntaron y conectaron.
Y fue como una película.
Una basada en personas reales.



¡Pero qué es esta bellezaaaaa?! Creo firmemente en la suerte, en las personas que nos tenemos que encontrar en el camino, en la vida que nos guía, en las “casualidades”.
Maravilloso encuentro, desde ahora decreto que algún día estaré en uno.
Gracias por las historias 😉🍀✨